viernes, 19 de junio de 2009


Ahora soy una mujer que se disfraza cada mañana cuando cruza el umbral de su puerta, que desperdiga sonrisas de utilería por doquier. Y he de admitir que saboreo el delicado matiz de dulzura que impregnan mis actuaciones.

Me siento admirada, poderosa, fuerte.


Cada mañana cuando ingreso al colegio con el uniforme colocado estrategicamente. Pollera corta. Camisa con algunos botones alejados de sus ojales. Labios de un tenue color carmin.

Camino con delicadeza, lentamente. Altiva.

Y cuando frecuento lugares nocturnos suelo hacer lo mismo.

La gente solo ve una cara de la moneda. Ven a una persona que por cada poro de su piel se extiende una armadura de diamantes luminosos, de seguridad en si misma, de esplendor.

Perfecta, radiante.

Ese es el retrato que pinto al mundo de mí.
Pero ¿acaso esa soy yo?